Never Vidal Ruiz

Nunca pude entender el origen del nombre de El Bálsamo, ese municipio catatónico del Caribe otrora ombligo geográfico de la provincia de Córdobas, que envejecía inerte entre la cuenca del Río Sinú y las playas de Coveñas. Rico en tertulias y chismes que repletaban las bancas del parque y notariaba con cierto morbo el atrio vestido de pintura arrugada de la Iglesia del Carmen, era hogar del ahora pensionado abogado Never Vidal Ruiz, principal protagonista de este cuento.

En los pueblos caribeños las elecciones son como los reinados populares o las fiestas en corraleja: cambian la narrativa. Escuchaba por radio pronósticos y discusiones sobre los posibles ganadores por esos días previos a la contienda electoral el jurista, cuando, sudando chicharrón, la empleada doméstica lo interrumpió para avisarle: Docto, lo llama por teléfono de Montería el Señor Gordo. Presuroso, fue a responderle a su jefe político.

“Never, escuchó a manera de saludo cariñoso al hombre al otro lado de la línea. Necesito que me hagas un favor. El pendejo de Carmelo se negó, y me quedé sin segundo en la lista para la Cámara de Representantes”.

Sorprendido, lo primero que se le vino a la cabeza fue que tendría que desplazarse en avión a Montería para hacer alguna leguleyada, por lo que atinó a decir: “Gordo, quiero tranquilidad, y los viajes me suben la presión”. En seguida se daría cuenta de su error.

Necesito que me autorices para colocar tu nombre como segundo en la lista, le contestó el Gordo con voz risueña, y prosiguió:

Yo sé lo de tu pensión, y te anticipo que no vas a ser elegido. Solo préstame tu nombre y cumplimos con esta mierda de la Registraduría Nacional. Tú eres el candidato ideal, y El Bálsamo nunca ha tenido candidato.

Gordo, ¿Tú me puedes asegurar que no seré elegido?, replicó Vidal.

Te lo juro por mis dos hijos, sentenció el zorro político de varias plazas, con lo que ya se había convertido en una muletilla para rematar sus promesas.

“Si es así, dale camino”, respondió Vidal en términos beisbolísticos.

El “Gordo” era todo un personaje. Nunca mostró diploma alguno y a nadie en realidad le interesó averiguar si había terminado siquiera el bachillerato. Su temperamento encantador le servía para conseguir votos, y ahora llevaba tres periodos consecutivos como representante a la Cámara en el Congreso nacional. Inclusive llegó a ser su vicepresidente y hasta su presidente, sin mayor oposición. Con su generosa sonrisa dilataba el incumplimiento infinito de sus promesas. Su sentido común e inteligencia vivaz generaban la envidia del Centro de Pensamiento Jurídico de la provincia de Córdobas. Si hubiese asistido a la Sorbona, con seguridad lo habrían declarado Doctor Honoris Causa. Porque, inclusive sin saber ni una palabra de francés, su agilidad mental le alcanzaba para aparentar cultura en las conversaciones con los parlamentarios visitantes venidos de Francia, quienes se sorprendían de su conocimiento sobre personajes como el Cardenal Richelieu, San Ignacio de Loyola y San Bautista de La Salle. Ignoraban que lo único que sabía de este último era que compartía su nombre con el colegio en Montería del que lo habían expulsado.

A Vidal se le olvidó por completo la inscripción de su candidatura al Congreso de la República. Pasaba los días meciéndose en la hamaca al calor insufrible de El Bálsamo, y atendiendo una que otra consulta jurídica de sus vecinos, cuyo deporte favorito era el de aconsejarse mutuamente sobre cualquier tema en las esquinas del pueblo, que les servían de estrado judicial, consultorio médico y cabina de radio. En El Bálsamo todos los habitantes eran “médicos”, “abogados” y “periodistas”, al decir de un transeúnte extranjero que en la misma cuadra escuchó a tres personas diferentes recomendándoles a otras tomar Conmel para los dolores menstruales, ponerle una orden de restricción a su primo, e ir a la casa de otro a conocer a un juglar vallenato que había llegado de incógnito al pueblo.

La banda pelayera de su compadre “Maño” Naranjo asustó a Vidal. Ya eran las 9 de la noche del mismo domingo de elecciones para estar haciendo bulla al frente de su casa. Aguzó el oído y alcanzó a escuchar la voz temblorosa del locutor de la Emisora Continental del municipio de Bella Cruz, repitiendo incesante que Never Vidal Ruiz, fórmula del “Gordo”, había sido elegido como representante a la Cámara.

Atendió la llamada afónica del “Gordo” y la contundencia de sus argumentos:

Vas y reajustas tu pensión. Nos vemos el miércoles en el aeropuerto.

La única puesta en razón era la esposa del abogado Vidal. Sacó el traje guardado que solo bailaba en los matrimonios de Bella Cruz adonde los invitaban. Para despercudirlo y quitarle ese olor vetusto y rancio, usó la mágica fórmula parroquial: asolearlo al mediodía al lado del palo de nim.

Ese miércoles despidió con los ojos vidriosos al nuevo representante Vidal Ruiz, y vio cómo se subía indeciso al carro de servicio público que le había contratado para llevarlo al aeropuerto Los Garzones. La tenía zarandeada la madrugada lasciva de Never, quien al mejor estilo de su gallo Costa Brava, hermoso ejemplar regalo de su compadre Miguelín en Sahagún, repitió la faena de lujuria que ya las canas de su marido la habían obligado a olvidar. Le recordó las recomendaciones que le había escrito la noche anterior en un papel que metió al bolsillo de los pantalones color crema.

Tan pronto te instales en Bogotá, vas a los almacenes de Arturo Calle y te compras el vestido que tenga puesto el maniquí de la vitrina. Así hace el representante de Pelayito. Lo envuelves en esta bolsa de la Olímpica, para que la gente no sepa en dónde lo compraste.

Después del abrazo y de las felicitaciones del “Gordo” y sus acompañantes en el aeropuerto Los Garzones, se sentó premeditadamente al lado del Gordo en el vuelo Montería–Bogotá.

Gordo, mira en lo que me metiste. Ahora ayúdame con esto. Quiero pertenecer a una comisión del parlamento tranquila, en la que no haya debates ni nada, mejor dicho, que yo en estos dos años no tenga sobresalto alguno.

Experto en la materia, el “Gordo” le respondió:

Te las tengo. Una es la Comisión de Reglamentos del Congreso (nos reunimos para pantallear) y la otra es la Comisión de Acusaciones. Ninguna de las dos se reúne nunca. Pero para tu mayor tranquilidad, te voy a inscribir en la Comisión de Acusaciones, que es la que juzga al presidente de la república y jamás se ha reunido”.

No me jures por tus dos hijos otra vez. La mía es la de Acusaciones, dijo Never poniéndole fin a la conversación.

Una vez inscrito, Vidal fue a la primera reunión (“seguramente la última”, pensó) de la comisión conformada por siete integrantes. En esta elegirían a la mesa directiva. Solo se presentaron tres congresistas, por lo cual se vieron en apuros para conseguir a un cuarto y así tener quórum. Se apegaron al azar, que fue quien les otorgó los cargos. Un carisellazo lo convirtió en el nuevo presidente de la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes. Milagro de la Virgen del Carmen de El Bálsamo, se diría. Por primera y única vez, El Bálsamo había parido a un tan alto dignatario. Sería quizá por el parentesco con San Domingo Vidal, rescatado por Manuel Zapata Olivella.

Dos meses en el congreso, tres cambios de pintas cada vez más oscuras de Arturo Calle, y el abogado Vidal seguía escondido en el anonimato. Las cosas en el país se enfurecieron; los medios de comunicación no paraban de exigir acciones; la población pedía juicio político, y el Congreso en pleno respondió: La Comisión de Acusaciones de la Cámara juzgaría la conducta del presidente de la república frente a los recientes hechos, que ponían su elección en entredicho.

El abogado Vidal casi se desmaya. Llegó pronto a la enfermería del parlamento y aflojándose el nudo de la corbata recién aprendido, logró decir:

Consíganme un Equanil, de esos que en Sincelejo les dan a los Vergara.

Agua y meprobamato. Una hora en la camilla de enfermería, y nada de tranquilidad.

Pensaba salir del recinto sin que nadie lo notara, pero las luces de los periodistas lo descubrieron. Cámaras, micrófonos, grabadoras y cables lo atolondraron. En un relámpago recordó las clases de Derecho Penal en la Universidad de Cartagena, y a esa figura egregia del Caribe, el Profesor Alario-D’filippo, vestido de punta en blanco, advirtiéndoles a sus alumnos: “No digan nada sin escribirlo primero”.

El Bálsamo cambió; su geografía fue reconocida por los colombianos tras veintidós años de haber sido declarado municipio. La Iglesia del Carmen fue pintada, estrenó abanicos de techos y su atrio conoció las calizas de las cementeras de los Tulena. Las bancas del parque fueron remodeladas y vestidas con cojines ergonómicos.

El Representante Vidal era el personaje del país. Tenía su propia avanzada de seguridad, tres carros blindados de guardaespaldas y dos ambulancias: una estacionada en El Bálsamo (el hospital local jamás había visto una) y la otra para acompañar su travesía desde el Aeropuerto Los Garzones hasta su nativo municipio. Como su médico personal se le designó al famoso galeno Óscar H. Hernández.

Las fiestas parroquiales del El Bálsamo fueron todo un éxito. Los concejales de la región no se apartaban del lado del representante Vidal. El ganadero y descendiente español Lafaurie ofreció una tarde de toros gratis; las casas de lenocinio transeúntes no se perdieron las corralejas. Cuentan que hasta de Palmira llegaron sin escalas tristes jovencitas. Incluso Bertha D., la matrona de las sabanas, dejó una sucursal permanente en El Bálsamo. La gallera San Rafael se modernizó y las apuestas a favor de la cuerda del Costa Brava se aumentaron.

El abogado Vidal se transformó. Hasta septorrinoplastia le hicieron. Vino el reconocido cirujano plástico Guerra de la Espriella a su reconstrucción nasal. Tan bien hecha le quedó la cirugía, que incluso consiguió “querida” cachaca, causa de la depresión reactiva de su esposa. Comenzó a dar entrevistas y declaraciones, en las que hablaba mucho y decía poco. Y los meses fueron pasando, y así las siguientes elecciones, y el péndulo de la desgracia y del aburrimiento llegó nuevamente a El Bálsamo. Hubo cambio de gobierno y la sentencia de esa histórica Comisión de Acusaciones se quedó bien guardada. Dicen que la tiene el compositor del famoso porro La Lorenza.