Mi evolución

Los últimos días he sentido una extraña tristeza rondándome la cabeza y el corazón. La razón la busqué en sitios totalmente equivocados, pero hoy me levanté aceptando la realidad que estaba evitando. Hoy es mi último día en mi lugar favorito, alguna vez lo llamé mi templo de tranquilidad, pese a que sea poco tranquilo lo que pasa ahí. Es el lugar donde aprendí una de las lecciones más importantes de la vida, ser parte de un equipo. Al principio, era como el aguatero. “Burgos, traiga muchas sábanas para levantar la pierna.” Después, con un poco más de responsabilidad, era el que hacía las notas postoperatorias o pedía alguna orden en el sistema. Finalmente, llegó el día en el que el residente me iba a enseñar a cerrar la piel e iba a poner en práctica lo que hacía en cáscaras de bananos o incluso en uvas buscando mayor nivel de dificultad. Eventualmente, ya era yo el residente que le enseñaba al interno a suturar, y también era el residente al que el interno le enseñaba de aquello llamado paciencia.

Hoy termina todo en el mismo lugar q comenzó. Sala 7, paciente con tutor externo en la pelvis, y en las paredes unas radiografías que decían inlet y outlet. Disrupción de todo el anillo pélvico con compromiso en ramas iliopúbica e ilioisquiática izquierdas, fractura del alerón iliaco derecho a dos cms de la articulación sacroiliaca con desplazamiento posterior de la hemipelvis, fractura diafisiaria de tibia derecha y suficientes criterios de Berlín para llamarlo mi primer politraumatizado. El Dr Pesántez duró toda la noche con un residente y un estudiante de séptimo semestre fijando pelvis y tibia, lavando un Morel-Lavallée y explicando cada detalle a residentes que incluso pasaban por en frente de la sala. Hoy en mi última cirugía, en esa misma sala 7, soy yo el capitán del barco (como dice él). Tengo otro fellow a la izquierda, la R4 a la derecha y el R1 en frente. Dos internos a mi espalda con preguntas que de alguna forma tengo que resolver mientras opero, y para finalizar, mis dos profesores mirando todo desde afuera.

Pero también, queda la otra mitad del equipo que hace posible todo. Ellos también estaban hace 11 años, pero en mi inocencia no los vi. Detrás del telón, un equipo parecido al mío con una anestesióloga a la cabeza con la que ya había compartido el camino mientras ella era residente y yo estudiante. En otro rincón de la sala, las instrumentadoras y auxiliares con los que construí una amistad por encima de la relación laboral. Para terminar el equipo, el técnico de radiología que, sin mentirles, es mis ojos en la cirugía. Este es el equipo con el que, a través de estos años, aprendí en mi templo de la tranquilidad. Hoy me voy y cualquiera puede decir: “Donde vayas a trabajar habrá otra sala de cirugía y otro equipo igual de bueno”, y seguramente tiene razón. Pero siempre es triste despedirse de gente que uno quiere y que le demostró cariño a uno. Es por eso que acá dejo otra familia, una a la que espero volver a ver pronto y seguir creciendo con ellos. Gracias a mis profesores por enseñarme a pensar más allá de una radiografía. Gracias a mis residentes por darme ganas de seguir aprendiendo a pesar de lo simple que sea el caso, ustedes fueron el motor de mi crecimiento. Gracias a los que de alguna forma hicieron este camino y este lugar más ameno, y ahora más difícil de dejar.

Como cualquier película taquillera, espero que esta siga. Por ahora, queda una escena. Una última “caderita” de urgencia para terminar de despedirme del lugar que me dio tanto: amigos, amores, hermanos y mentores… Voy a aprovechar cada momento desde que entra el paciente a la sala, conservar cada detalle y disfrutar esas dos horas en las que me meto en el papel y solamente todo fluye.

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