La mano de Dios

Esa tarde me sorprendió ver en la antesala de mi consultorio a esta pareja de esposos. Ambos pacientes y ella había superado una de las enfermedades que más impacta a una familia: un sangrado por la ruptura de un aneurisma cerebral. Este enemigo oculto que cuando se rompe produce la muerte instantánea en el 50% de los enfermos que la sufren. Incluso después de la ruptura había salido premiada; tuvo aneurismas cerebrales múltiples como en el 20% de los enfermos.

“No es consulta doctor”, aclaró mi asistente. “Quieren hablar con usted antes de la jornada de atención”. Habían escuchado una de mis conferencias recientes y les había llamado la atención dos tópicos: la trinchera y la recompensa espiritual. La trinchera es el lugar sagrado que uno construye para hablar consigo mismo. Es el momento de reflexión, el auto encuentro y la meditación. Es el enjuague espiritual que el cerebro necesita. La recompensa espiritual es la empatía, el acto generoso de compartir. Entregar algo a quien lo necesite. Puede ser dirigida (se conoce a quien) o no dirigida (una comunidad). Tiene un efecto arrollador: una que se haga repercute en 4 personas. La empatía es contagiosa y la generosidad construye equidad.

“Queremos contribuir a una de sus recompensas espirituales”, afirmó la esposa. Sin pensarlo, salió de mi interior: “El monasterio…”. Agradecí profundamente esta muestra de afecto y generosidad. Pedí que me enviara el número de la cuenta de ahorros de estos seres humanos inmaculados, en clausura, cuyas vidas están entregadas a la oración. Cariño genuino que herede de mi padre, quien durante su vida fue su médico de cabecera. Hoy lo comprendo: la paz espiritual que le proporcionaba el encuentro con estas religiosas.

Llamé temprano a mi madre y me contó esta historia. La superiora de la congregación fue traslada de urgencias a otra ciudad y debían operarla. Necesitaba esta cirugía pronto y faltaba una plática para alcanzar el valor del copago. La donación recibida la noche anterior servía para completar y acceder al servicio de salud. La conversación de mi madre y la religiosa encargada nunca la olvidaré: “la providencia de Dios”.

Los actos de generosidad producen en las personas un efecto que se describe como brillo pálido. Es el placer que ocasiona generar solución y esperanza en una persona que la necesita. La felicidad estimula áreas específicas y modula nuestro sistema de recompensa cerebral. Es tan fuerte su efecto que se compara al estabilizador de la amígdala del lóbulo temporal, sensor y responsable del estrés y del miedo.

Las conexiones de la empatía se salen de nuestro entendimiento y comprensión. Las neurociencias no lo pueden explicar y esto, para ser pragmáticos, no tiene importancia y menos especular sobre el tema., Lo trascendente es seguir el impulso de ayudar y tener en nuestra rutina un momento dedicado a garantizar el bienestar y la felicidad. Utilizar nuestras fortalezas personales para lograr un bien mayor (Seligman, citado por F. Manes)

La cercanía a los seres queridos constituye la trinchera familiar. El bienestar emocional que produce fortalece el sistema inmunológico y protege al individuo contra diversas noxas que puede afectar su homeostasis. En algunos años, cuando miremos con el crítico espejo retrovisor la pandemia, sacaremos conclusiones definitivas sobre la cercanía social y el distanciamiento físico.

La felicidad, clave en el bienestar cerebral y la generosidad, su energía.

Diptongo:

MinTIC se presenta como víctima. Por supuesto, lo es. Los clanes empresariales a quienes entregó su conocimiento sus verdugos. Creo en su inocencia. Esto no le exonera de su responsabilidad política. Debe renunciar.