¿Dónde está la lesión? ¿Y cuál es la lesión?
Estas palabras retumbaron mi sueño superficial a las 5 de la mañana en una gélida mañana santafereña. Era la hora de despertarme y transportarme al Instituto Neurológico de Colombia. Desde el día en que pisé esta noble institución, se convirtió en mi más preciado deseo poder trabajar un día allí. En ella trabajaban los médicos más destacados de las neurociencias del país. Entre estos había un neurocirujano acabado de graduar que nos hacia la temida revista general, donde se discutían los casos más interesantes que habían llegado el día anterior. El Dr. Remberto Burgos de la Espriella, con su voz profunda, solemne, con un distinguible acento costeño me pregunta: Dr. Romero, ¿dónde está la lesión y cuál es la lesión? Quizá los once vocablos más temidos en mi promoción médica, sin embargo, para mí se convertiría en el más elegante análisis de las funciones cognitivas del ser humano, aquellas mismas que nos diferencian de las otras especies animales.
Acabada la revista, el Dr. Burgos de la Espriella expresamente se dirige a mi: “¡Eres monteriano y por esa razón necesito que estudies el doble que los demás! Será la única forma en que te tomen en serio en la capital”. Fueron palabras duras para un estudiante de la costa en tierras ajenas, pero de gran utilidad en los siguientes años de educación.
Al llegar a Harvard, muchos pacientes me consultaban acerca de sus patologías neurológicas que podrían ser tratadas más que adecuadamente en Bogotá, y fue allí donde comenzó nuestra correspondencia que en principio se concentraba en lo estrictamente académico, pero fue allí que a pesar de llevar una discusión científica, pude entrever una exquisitez, prosa y cadencia en la descripción de sus exámenes neurológicos, que se asemejaba más a los famosos semiólogos franceses que al examen pragmático y lleno de abreviaciones del examen anglosajón, al cual estaba acostumbrado. Desde ese momento sigo al Dr. Burgos en su nueva pasión que es la escritura. Hoy más estadística, exacta, pugnante y dedicada a ajustar los problemas más agobiantes de nuestro país en salud, corrupción y ética. Con gran agrado leí su columna dedicada a la lenta y preocupante respuesta del gobierno a una pandemia mundial, honrando a su vez a los innumerables médicos que perdieron su vida en el frente de la batalla contra uno de los enemigos más formidables que la ciencia ha enfrentado en el último siglo.
En su escritura excelsa no es difícil encontrar vetas que exponen su amor por nuestra tierra, nuestras costumbres, cultura, pero, sobre todo, nuestra identidad como habitantes de los valles del río Sinú y San Jorge. En sus cirugías fue fácil hacer símiles entre su uso del bisturí con la dirección de una sinfónica, movimientos precisos, decisivos, sin perder la belleza de un médico consagrado de su profesión.
Muchos años han pasado desde la inicial pregunta ¿Dónde está la lesión y cuál es la lesión?, pero hoy es claro que el Dr. Burgos continúa haciéndose esta misma pregunta con nuestro departamento, nuestro País, pero sobre todo desde el punto de vista antropológico que pasa con nosotros como seres sociales.