Si escribir es de por sí un ejercicio retador, hacerlo sobre un hermano como Remberto Ignacio es una tarea aún más desafiante, pero la magnitud del desafío es directamente proporcional a la satisfacción y al placer de hacerlo.
Naturalmente, los estrechos vínculos de sangre, amistad, cercanía e infinito amor fraternal rompen cualquier objetividad e independencia para trazar unas líneas sobre quien a lo largo de la vida ha sido no solo el hermano mayor sino también el segundo padre, amigo y confidente. Muy difícil, si no imposible, contar algo de mi vida sin que en dicha historia esté presente, para fortuna y gratitud existencial, junto con quienes conforman el teatro cercano de mi existencia, Remberto, desempeñando un papel estelar.
Por lo anterior, en las siguientes líneas haré el esfuerzo, ojalá con éxito, de subirme al balcón para intentar describir no al médico, ni al amigo y mucho menos al hermano mayor, sino a quien los griegos consideraban el pilar fundamental de toda democracia: el ciudadano, más precisamente, el buen ciudadano. En efecto, creo que la expresión más completa, merecida y honrosa que puedo usar para dibujar su perfil es trazarlo en esta breve reseña como un ejemplar ciudadano.
La ciudadanía, en pocas palabras, es la cualidad de pertenecer a una ciudad, núcleo esencial de toda sociedad, condición que es fuente de derechos y deberes frente a ella. La ciudadanía es, literalmente, la columna vertebral que requiere cualquier organización social para convertirse en una nación legítima. El buen ciudadano, por tanto, es quien ostenta esa cualidad con dignidad y altura, cumple ejemplarmente con sus deberes y ejerce responsablemente sus derechos.
A lo largo de su vida ha sido primero un cabal cumplidor de sus deberes, como hijo, estudiante, médico, esposo, padre de familia y ciudadano. Aunque parezca obvio, pero tristemente hoy lo básico se ha ido diluyendo, la condición esencial para que una democracia funcione bien es que sus ciudadanos, antes de exigir derechos, cumplan espontánea y rigurosamente con sus deberes. El ejercicio que hoy nos convoca al presentar “Mi columna… mi país”, es fiel reflejo del deber cívico de generosidad y responsabilidad que corresponde a todo buen ciudadano de compartir su conocimiento y experiencia a sus congéneres; más aún, cuando se trata de personas quienes, como Rembe, han tenido el privilegio de haber bebido las mieles de una educación excelsa y, además, ejercido su profesión en los mejores escenarios imaginables.
En cuanto al ejercicio de sus derechos, la otra cara de la ciudadanía, su camino vital revela con nitidez radiante la posibilidad de lograr aquel equilibrio ideal que plasmaron con ilusión los libertadores en nuestro escudo nacional: Libertad y Orden, balance que él realiza cotidianamente en el desarrollo responsable de sus facultades ciudadanas, sin dañar a nadie, por el contrario honrando siempre el respeto a los derechos ajenos como el mejor tratamiento para proteger la salud del sistema social y, de paso, promoviendo el bienestar y crecimiento de sus conciudadanos.
Marco Tulio Cicerón, a quien Taylor Caldwell describió como la columna de hierro de la Roma gloriosa, decía que “El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes”. Esta sentencia encaja perfectamente en el alma de Remberto y puedo decir, sin temor a equivocarme, ha sido una de sus fuentes de inspiración para abordar desde su pluma, con solvencia y elegancia, los principales temas nacionales, ejerciendo un apostolado complementario al de su medicina, en el que apunta siempre con precisión, como en la microcirugía, al mismo propósito superior que identifica a ambas disciplinas: la curación del cerebro en la neurocirugía y la sanación de una sociedad enferma, postrada por la desconfianza, a través de sus escritos como ejemplar ciudadano.
Al hombre lo define su destino y Remberto Ignacio escogió el suyo con acierto magistral. Ha dedicado su tiempo y energía al cuidado de dos columnas: la de las personas en la práctica de su medicina, para que disfruten de una vida saludable; y, más importante aún, la protección de la columna vertebral de la sociedad, que es la buena ciudadanía, mediante el liderazgo iluminante e inspirador que despliega como ejemplar ciudadano y prolijo escritor, acercándonos a la esperanza de lograr un país sano, esto es, confiable, justo y próspero.