90 años

En Colombia el envejecimiento es una realidad demográfica estimulada por el aumento en la expectativa de vida, el control de las enfermedades infecciosas, y la disminución de las tasas de natalidad, mortalidad y morbilidad, entre otros factores. La población ha cambiado su figura: ahora su base se antoja angosta y robusta su cúspide. La pirámide se ha esculpido: de tinaja de barro pasó a ser pilón de madera. El país está envejeciendo, a pesar de que solo el 0,3 por ciento de los colombianos llega a los 90.

Las nonagenarias de hoy son las mismas señoritas de ayer a quienes sus padres animaban a casarse jóvenes y llenarse de hijos; a cambiar sus aspiraciones educacionales o profesionales por el cuidado de una familia numerosa, en épocas en las que el 40 por ciento de los hijos fallecían antes de ser adultos. Muchos deseos se frustraron entonces; en el caso de la mujer que inspira mis letras, el de convertirse en médica o docente. ¡Qué pérdida para sus alumnos potenciales y qué ganancia para sus hijos!

Como decían los abuelos, llegar a los 90 años con los cinco sentidos bien puestos e independientes, es una bendición. La misma que conecta el cerebro con el entorno y nos permite ver, oír, oler, tocar y saborear ya entrados en años, y al mismo tiempo reflexionar sobre el significado de la edad. Y es que en los próximos 30 años la población mundial con más de 60 años será el 30 por ciento. Quizá por eso los jóvenes viejos, los de 65, están pidiendo que su capacidad para seguir trabajando sea reconocida por la sociedad.

El ocaso de la existencia se vive individualmente, por eso las personas envejecen de manera distinta, como dentro del cuerpo lo hace a su propia manera cada órgano. Repele el concepto cuantitativo de ciertas definiciones de edad, como el de la imprudente cronológica, ese número inmodificable delatado por los documentos de identidad. Atrae, en cambio, la edad biológica y funcional que aparenta nuestra fisonomía y nos habilita. Cuando nuestro centro de mando, el cerebro, se mantiene joven, el envejecimiento fisiológico adquiere su propio ritmo. El cerebro es quien compone las partituras y ojalá la melodía fuese siempre la del envejecimiento activo. Sin embargo, hay áreas cerebrales en donde el envejecimiento se nota más: el córtex prefrontal y el sistema límbico.

Al cerebro hay que planearlo y disciplinarlo desde etapas muy tempranas de la vida para que este motor nunca se apague. Ello es posible manteniendo unas pautas saludables como la de controlar el peso y la tensión, llevar una dieta balanceada y no fumar. Por supuesto, hacer ejercicio físico con regularidad promueve el envejecimiento positivo y facilita la formación de nuevas neuronas y redes sinápticas. Lo anterior, aunado al manejo del estrés y a la sazón de otros ingredientes de la existencia que no son necesariamente físicos, cocinan la fórmula del elixir de la juventud.

En la mañana del 24 de diciembre llegué a saludar a esta nonagenaria, y reconocí los nutrientes de su entorno. Sentada en su silla de ruedas, entre el árbol de Navidad y su cuidadora personal, conversaba con el párroco del barrio. No tiene pecados, se acompañaba del sacerdote para orar. Con convicción genuina, ambos agradecían a Dios por el 2020 y toda esta vivencia de la pandemia que debería servir para hacernos mejores seres humanos.

La espiritualidad es el líquido cefalorraquídeo que baña al cerebro y lo moja de felicidad, munificencia y empatía. Se ha demostrado que la generosidad y el desprendimiento son las vitaminas de la juventud. Estar al lado de esta noventona es alimentarse bajo el seno materno que contagia paz interior. Es entrar al templo cerebral de la espiritualidad: el lóbulo parietal izquierdo, y es sentir a sus mensajeros, especialmente la dopamina, llevar bienaventuranza.

La acompañé desde la distancia a desayunar con dos de sus nietas más jóvenes. Le hice retroceder 70 años y le pedí que les contara cuáles fueron los criterios de su elección de la pareja que compartió con ella su vida. La escuché hablar del matrimonio, del compromiso solemne, de la confianza y de la fidelidad. En términos simples, como lo es el amor, les habló de este sentimiento y cómo cuando llega al grado supremo de la comunión entre la pareja permite superar la adversidad y evitar derribarse ante las tormentas. Solo puede enseñar amor quien lo ha vivido.

Mi madre cumple 90 años la próxima semana. Lúcida, hermosa y serena. Les ha dado vida a sus años con sus proyectos interminables que le impiden envejecer. Sus arrugas son imperceptibles y su mirada aún brilla. Su temblor senil que la revela, desbarató sin titubeos la celebración que le teníamos preparada. Protección de la familia, su prioridad. Con firmeza dijo: ¡Solo quiero una misa con mis hijos! Eligió el patio salón del colegio, donde mantuvimos distanciamiento físico y cercanía fraternal. Allí, en el mismo sitio donde su vocación pedagógica ha transmitido a miles de muchachos el sentido y la trascendencia de la espiritualidad. Esto es lo que hace a su cerebro y a su alma siempre jóvenes.

Para ella feliz cumpleaños y para ustedes, mis amigos, un pronóstico optimista: el año entrante será mejor.