Helena Baraya de Ospina
Hay cariños que se heredan y amistades que se transmiten como cromosomas del afecto Son los replicantes filiales. Se mantienen en el gen del corazón y las coronarias que transitan en la vida se encargan de robustecerla. Engrandecen y se hipertrofian cuando hay afinidad y vamos por la misma senda, la que labra una sociedad más justa y un país incluyente en el mismo tejido social. Ese es mi caso con los Ospina. Mi abuelo Remberto siempre junto al Expresidente Ospina Pérez y, unidos el par de viejos, recorrieron antes de morir Córdoba y allí se despidieron. Querían demostrar que había conservatismo. Tu amigo constante fue la última frase del Expresidente a mi Abuelo.
Mi padre al lado de Marianito, el ingeniero y el estadista que el país no eligió presidente, quedo siempre como la reserva conservadora para frustración de muchos colombianos. Y nosotros, la tercera generación, avanzamos unidos. Ángela, hoy Embajadora en México y quien escribe. Muchos años de trabajo compartido y convicciones comunes. Desde oficios diferentes, ella politóloga y yo neurocirujano, pero cercanos. Hemos intentado aportar nuestro talento para construir una mejor patria haciendo eco a nuestros ancestros. Y en ese círculo crecimos. Evocamos a Doña Bertha, la que inspiró el coraje en los momentos trémulos de la nación.
Hoy despedimos a Helena Baraya. Siempre me cautivó su elegancia. Rubia de piel blanca, parecía una orquídea de similar tono. Con ojos soñadores y azules que solo se encuentra en las espumas del Río Sinú. Optimista y decidida acompaño a su marido en sus años finales. Como le exigía y estimulaba especialmente en los tiempos de su dolencia. Pensé que se derrumbaría cuando Marianito falleció Le saludé en la Iglesia el día de su entierro y en ese abrazo filial me dijo en secreto: “vamos pa alante.” Recordé el Jardín Botánico en Medellín y Congreso Mundial de Orquidelogía que encendió la chispa de su reinvención. Helena se propuso reunir la sociedad civil de Medellín alrededor de este macroproyecto y lo logró.
Empezamos a garabatear en La Linterna Azul donde generosa, aceptaba mis reflexiones y, nunca rechazó o sugirió corregir uno de mis escritos. Fue una demócrata, una conservadora liberal. Cerebro joven, activo y metabólicamente inquieto de quien se desempeñó como Editora de nuestro portal. Ángela describía como le encantaban a su mamá los viajes. Conocer y descubrir cosas nuevas, el aprendizaje a cualquier edad es lo que mantiene el cerebro juvenil y da origen a las conexiones sinápticas.
Hace unos días ingresó a la clínica. Su mente lúcida y sus pupilas vivaces me saludaron con el apego de siempre. A pesar de mis palabras positivas, vio en mi rostro la preocupación por su salud. Exploré su estado mental y por Dios, respuestas frescas y vibrantes. Que vitalidad. Sin embargo, la edad cronológica le juega trampas a la edad funcional. Su sistema corporal se fue cansando. Paulatinamente se fue apagando.
El Día de la Madre no pude viajar a Montería. Fui a visitarla y sonrió con la mirada cuando le dije que era nuestra paciente consentida. No obstante, la saturación, como la vida, disminuían. En este país, donde morir de muerte natural es un privilegio, la vida premia a los seres buenos, como Helena, con esa bendición. Repase como mueren las orquídeas: serenas, en paz y blancas. Falleció de muerte natural, sin sufrimientos, rodeado de su familia y del cariño de sus amigos.
No acostumbro a pensar en epitafios, pero en mi corazón y parafraseando a Benedetti guardo el de Helena: la mujer que nunca se rindió. Conjugó el antídoto para el Alzheimer y la vitamina para el alma: más proyectos que vida.